Homilía del 19 de octubre
DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO
19 de octubre de 2025
Lucas 18, 1-8
El evangelio de este domingo nos presenta una parábola sencilla, pero profundamente desafiante: la de la viuda insistente y el juez injusto. Jesús la cuenta “para enseñar que es necesario orar siempre sin desanimarse” (v. 1). Es una enseñanza breve, pero que toca una de las dimensiones más frágiles de nuestra fe: la perseverancia en la oración, sobre todo cuando parece que Dios guarda silencio.
La protagonista es una viuda. En tiempos de Jesús, una viuda era símbolo de debilidad, de desamparo. No tenía esposo que la defendiera ni derechos claros ante la ley. Sin embargo, esta mujer no se resigna: acude una y otra vez ante un juez que “ni teme a Dios ni respeta a los hombres” (v. 2). Le pide justicia, no privilegios. Pero el juez se niega, cansado, indiferente. Y sin embargo, al final cede, no por amor, sino por hartazgo. “No sea que siga molestándome” (v. 5), dice.
Jesús no compara a Dios con ese juez, sino que nos invita a ver el contraste. Si incluso un juez injusto termina cediendo ante la insistencia, ¿cuánto más un Dios bueno, que es justo y compasivo, escuchará a quienes claman a Él día y noche? La oración perseverante no es un modo de “convencer” a Dios, sino una forma de mantener viva la fe, de no dejar que el desaliento nos venza. La insistencia de la viuda no cambia al juez, la cambia a ella: la hace más fuerte, más confiada, más libre.
Cuántas veces, cuando rezamos, sentimos que nada ocurre. Pedimos, suplicamos, y parece que el cielo calla. Pero Jesús nos dice hoy: no te canses. No dejes de hablar con tu Padre, aunque no veas resultados inmediatos. La oración no siempre obtiene lo que pedimos, pero siempre nos une más a Aquel que sabe mejor que nosotros lo que necesitamos. Orar sin desanimarse es confiar en que Dios actúa, aunque no lo veamos, aunque el tiempo de su justicia no coincida con nuestro reloj.
Y al final del relato, Jesús lanza una pregunta que nos sacude: “Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe en la tierra?” (v. 8). Es como si dijera: ¿habrá todavía quienes crean, quienes esperen, quienes oren sin rendirse? Es la pregunta que atraviesa el corazón de cada creyente. Porque la fe no se mide por los milagros que obtenemos, sino por la fidelidad con que seguimos esperando, incluso en la noche del alma.
Esta parábola es, entonces, una llamada a la confianza y a la esperanza. Dios escucha. Dios no es sordo ni indiferente. Puede parecer que tarda, pero su tiempo es justo, su respuesta siempre llega. Y mientras esperamos, la oración nos sostiene, nos transforma y nos hace partícipes de su justicia.
Pidamos hoy la gracia de una fe perseverante para que, como la viuda del evangelio, sepamos insistir, orar, confiar, para que no nos gane el cansancio ni la desesperanza y queccuando Cristo vuelva −o cuando pase junto a nosotros en lo cotidiano− nos encuentre orando, creyendo, esperando con el corazón encendido.
P. José Luis