Él sigue ahí, dentro de ti.
¿Qué es lo que buscas? ¿Qué fue lo que perdiste, Filotea?
Extrañas esos momentos de consuelo y alegría que sentías: las palabras de la misa que desbordaban tu corazón, la lectura del día que encajaba perfecto con la situación que vivías, el sermón que parecía ser particularmente para ti.
¿Qué pasó? ¿Ya no lo sientes de la misma forma?
Algún día conociste el amor de Dios. Lo sentiste, lo viviste; sabes exactamente lo que es esa plenitud. Pero de repente, en algún momento, esa llama se hizo pequeña.
¿Y qué hiciste? Tal vez volviste a buscarlo; no te rendirías tan rápido. Intentaste hacer oración, pero en tu mente sonaba todo, menos Su voz.
El mal humor llegó, la tristeza se fue acercando, y buscaste desesperadamente Su paz. Intentaste distraerte con otras cosas, incluso con lo que parecía bueno. Quisiste salir de tu círculo, buscar algo nuevo, o buscarlo a Él en otro lugar.
Cuántas veces hacemos eso, Filotea: buscar a Dios en lo que brilla, en lo que cambia, cuando en realidad siempre ha estado esperándonos y buscándonos, pero dentro, en el silencio, en lo más hondo del alma.
No es que Dios se haya alejado. Él no se marcha ni se esconde; a veces somos nosotros quienes, entre el ruido y las prisas de la vida, dejamos de reconocer Su voz.
Hay etapas en que la fe parece apagarse, en que la oración se vuelve seca y las palabras ya no llegan al corazón. Pero incluso ahí, en ese silencio y en esa sensación de soledad, Dios sigue presente.
Su amor no depende de lo que sientas, ni se mide por las emociones del momento. Dios permanece, siempre. Y es mucho más que una emoción o un sentimiento.
No lo busques muy lejos: solo ve más profundo. Dentro de ti, esa llama sigue encendida. No importa lo que hayas hecho, ni los caminos que hayas tomado para llenar esos vacíos. Su amor no se hace más pequeño por tus fracasos, ni más grande por tus logros.
Otra vez te lo digo: no lo busques muy lejos; búscalo en lo más profundo de ti.
Y no creas que estás sola en este camino. Habla con tus amistades y encontrarás a muchas personas que pasan o han vivido algo parecido.
Es más, ¿conoces a San Agustín? En resumen, fue un santo y doctor de la Iglesia Católica que tuvo su conversión ya de adulto. La sed que sentía por llenar sus vacíos y resolver sus dudas lo llevó a conocer la fe católica. En su libro Confesiones escribió estas palabras:
“¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva,
tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera,
y así, por de fuera, te buscaba; y, deforme como era,
me lanzaba sobre estas cosas que tú creaste.
Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo.
Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que,
si no estuviesen en ti, no existirían.
Me llamaste y clamaste, y quebraste mi sordera;
brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera;
exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo;
gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti;
me tocaste, y deseo con ansia la paz que procede de ti.”
Detente a leerlo una vez más.
Dios no se ha ido; está dentro de ti. Quizá tú eres quien está fuera.
Y como ya lo conociste en muchos momentos de tu vida, anhelas la paz que procede de Él.
Gracias a Dios por hacernos sentir la necesidad de estar en Su presencia.