Cuando no sé qué decir, también oro.
“Para mí es la oración un arranque del corazón, una simple mirada dirigida al cielo; es un grito de agradecimiento y de amor lo mismo en medio de la tribulación que en el seno de la alegría. En fin, es algo elevado y sobrenatural que dilata el alma y la une a Dios”. —Santa Teresita del Niño Jesús
En medio del ritmo acelerado de la vida, hay días en los que no dedicamos ni un poco de tiempo a nuestro motor: la oración.
Y resulta casi gracioso ver nuestros intentos de levantarnos, salir a trabajar, resolver problemas y seguir nuestro plan del día sin haber hecho, aunque sea una pequeña oración. Es como ver a un niño pequeño tratar de servirse leche de una caja demasiado grande y pesada para sus manos: tal vez lo logre, pero después de derramar gran parte de lo que debía llegar al vaso. O como si un matrimonio se despertara en la mañana y no se dirigiera la palabra porque van tarde al trabajo. Todo eso se resolvería con simples palabras.
Hablar con Dios es sencillo: no necesitas palabras rebuscadas ni estar en la capilla más hermosa de la ciudad para que Él te escuche. En donde te encuentres, dirige tu pensamiento a Dios y ya habrás empezado a orar.
“¡Cuán grande es, pues, el poder de la oración! Diríase que es una reina que tiene siempre libre entrada en el palacio del Rey, pudiendo obtener todo lo que pide. Para que la oración sea eficaz, no es preciso leer en un libro alguna hermosa fórmula compuesta para circunstancias determinadas; si así fuera, ¡cuán digna de lástima sería yo!”.
Es una relación que debe ser cultivada. ¿Qué pareja enamorada no tiene en mente al otro durante todo el día y, en cualquier instante que puede, busca hablarle? Así deberíamos pensar en el Señor.
Conversar, desahogarte, pedir, reclamar… todo lo que le digas, Él se interesa en escucharlo, aunque ya sepa lo que pasa en tu mente y en tu corazón. Si en medio del trabajo algo sale mal, dile a Dios —en un pensamiento— y pide que el Espíritu Santo te ilumine; lo que hagas será conforme a su plan.
Y cuando te sientas sin palabras e incapaz de producir pensamientos buenos, sigue el consejo de Santa Teresita: “Reza muy despacio un Padrenuestro o un Avemaría; estas son las únicas oraciones que me cautivan, que alimentan divinamente mi alma y le bastan”.
Y si no quieres orar, también díselo al Señor. Cuéntale cómo te sientes y qué te impide hablar con Él. Eso también es orar.