La vocación al amor
Filotea, ¿a qué has sido llamada a este mundo?
¿Cuál es tu vocación? Quizás tengas el llamado al matrimonio, tal vez a la vida religiosa.
¿Qué oficio realizas diariamente? ¿Eres arquitecta, diseñadora, médica, empresaria, ama
de casa…?
Detente un segundo y piensa: ¿a qué has sido llamada a este mundo?
A ser feliz, pensarás primero; a formar una familia, viajar, trabajar, ayudar a quien lo
necesita… ¡Cuántos anhelos hay en tu corazón!
¡Qué bondad la de Nuestro Señor al dejarnos descubrir hacia dónde dirigirnos y darnos,
además, la gracia de hacerlo de su mano!
Pero no todos los días se sienten así, ¿cierto? No todo el tiempo sabes por qué haces lo
que haces. A veces sientes un vacío profundo, insaciable; incluso puedes sentir que no vas
tomada de Su mano. Al contrario, parece que vas sola en medio del caos del mundo. Y
entonces vuelves a preguntarte: ¿a qué he sido llamada a este mundo?
En uno de los escritos de Santa Teresita del Niño Jesús, al hablar de la vocación, se dirige a
Dios diciendo su deseo:
“Ser tu esposa, Jesús mío, ser carmelita, y por mi unión contigo, todo esto debería
bastarme. Sin embargo, siento en mí otras vocaciones; siento vocación de guerrero, de
sacerdote, de apóstol, de doctor, de mártir… Quisiera ejercer todas las obras más heroicas;
me siento con el valor de un cruzado; quisiera morir en un campo de batalla por la defensa
de la Iglesia.”
Esa pequeña florecilla blanca (como ella misma se llamaba), a pesar de su corta edad y su
salud frágil, lo quería todo. Sentía una gran inquietud y decía:
“¿Qué respondes a todas mis locuras? ¿Existe en la tierra un alma más pequeña e
impotente que la mía? Con todo, esta misma debilidad te ha movido a realizar mis
pequeños deseos.”
Una gran santa que, reconociéndose de alma pequeña, no se rinde ni se conforma con la
inquietud de su corazón. Busca en las epístolas de San Pablo una respuesta y encuentra
que el Apóstol explica cómo todos los dones más perfectos nada son sin el amor; que la
caridad es el camino excelente para conducirnos seguramente a Dios. Y entonces “por fin,
había encontrado el descanso”.Y continúa:
“La caridad me dio la clave de mi vocación. Comprendí que, si la Iglesia tenía un cuerpo
compuesto de diferentes miembros, no podía faltarle el más necesario, el más noble de
todos los órganos; comprendí que tenía un corazón y que este corazón estaba abrasado de
amor; comprendí que el amor únicamente es el que imprime movimiento a todos los
miembros, que, si el amor llegase a apagarse, ya no anunciarían los apóstoles el Evangelio,
y rehusarían los mártires derramar su sangre. Comprendí que el amor encierra todas las
vocaciones, que el amor lo es todo, que abarca todos los tiempos y lugares, porque es
eterno.
¡Mi vocación es el amor! Sí, hallé el lugar que me corresponde en el seno de la Iglesia. Así
lo seré todo; así se realizarán mis ensueños.”
Has sido llamada a este mundo a amar. A partir de eso surge todo lo demás. En tu vida, en
tu familia, en tu trabajo; independientemente de lo que hagas día a día, primero viene el
amor.
Cuando hacemos las cosas por amor y se las ofrecemos a Dios, por más pequeñas o
grandes que sean, Él nos hace estar cerca de Él; y no hay forma de estar en Su presencia y
permanecer vacíos.
La inquietud y la insatisfacción por nuestro modo de vida pueden aparecer, pero, primero,
estamos llenos del Espíritu Santo, que nos da su amor y nos guía hacia nuestro llamado,
hacia Dios mismo y la santidad.
Santa Teresita, al sentirse pequeña en su vocación, no se quedó de brazos cruzados: abrió
su Biblia, buscó una respuesta y encontró la grandeza del amor. Así también tú, Filotea, no
te quedes solo lamentando. Dios nos ha hecho capaces de hacer grandes cosas, o de hacer
cosas pequeñas con gran amor. Busquemos en Él el camino a tomar.
Si quieres conocer la vida de Santa Teresita del Niño Jesús y saber de dónde tomé estos
fragmentos, te recomiendo el libro: “Historia de un alma”, escrito por ella misma. Conocer
la vida de los santos es muy edificante para nuestra vida espiritual.
